De mi tiempo junto a Muñoz
Espinalt, padre de la psicoestética, recuerdo con especial simpatía su frase:
“el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el espejo”. Nadie puede negar
que no haya amigo más sincero que ese. Nos dice las verdades, hasta las más dolorosas, a nuestra cara. Sin rodeos.
Los hombres de ciencia no se
cansan de repetirnos que en el mundo animal la descendencia depende de la
habilidad del macho para convencer a la hembra de que sus genes son los más
indicados para ella y la descendencia. Bien sea por su fuerza, bien por su
aspecto saludable, bien por el ingenio a la hora de decorar el nido… Los
rituales de cortejo animal son de lo más sofisticado en algunos casos. Aun así,
a los humanos nada nos supera en sofisticación.
Somos una especie que ha
determinado su evolución. Nos hemos adelantado a ella. No nos adaptamos al
entorno natural, sino que hacemos que este se adapte a nuestras necesidades.
Crecemos a un ritmo casi insostenible. En la imagen y la seducción, sin
embargo, seguimos siendo más primarios; aunque no por ello menos hábiles o sofisticados
en nuestras “técnicas”.
Gracias a nuestro ingenio hemos
desarrollado una tecnología simple pero utilísima: los espejos. Con ese
sencillo trozo de cristal podemos adaptarnos a ese momento. Ante ellos nos
mostramos sinceros. Nadie nos conoce mejor que nuestro espejo, de nada servirá
tratar de engañarlo.
Nuestro “mejor amigo” nos
responde preguntas como “¿qué tal me queda?”, “¿cómo estoy hoy?”, “¿le
gustará?”, “¿Se notará mucho esta arruga?”… Y sus respuestas reforzarán nuestra
confianza y seguridad, nos permitirán retocar esos pequeños detalles y salir a
la “selva” social preparados para encajar en el momento y desenvolvernos en él
como pez en el agua.
Por fortuna, hemos sabido
encontrar respuesta a nuestra incapacidad para adaptar el entorno social a
nuestros intereses. Las personas hemos “creado” las tendencias, las modas, los
gustos, las aficiones, las coincidencias… Como necesitamos relacionarnos, hemos
terminado encontrándonos con aquellos que comparten nuestras mismas
características. Y en igualdad de condiciones el éxito social es mucho más
posible.
El espejo, nuestra capacidad para
reconocernos y juzgarnos, garantiza nuestra correcta adaptación a ese conjunto
de afinidades al que dirigimos nuestra imagen, fuerza y posibilidades. No
necesitamos, como los animales, ser los más fuertes, ni los más ingeniosos
decorando un nido, simplemente saber elegir nuestro público y presentarnos ante
él de la manera que más le seduzca.
No es quizás la evolución más
ética o deseada, pero es la que este momento social nos impone. Si no deseas
caminar por donde ya lo hacen todos los demás, siempre puedes optar por salirte
del camino y abrir el tuyo. De lo que sí estoy seguro es que en tu nueva
andadura tendrás como acompañante al fiel espejo.
Ramiro Fernández Alonso
psicoesteta
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