Un estudio reciente del Ministerio de Sanidad recoge que entre un
5 y un 14 por ciento de los niños en edad escolar ha sufrido alguna vez este
problema, principalmente menores de entre tres y once años.
El contacto cabeza
con cabeza de los niños y, en ocasiones, compartir cepillos, gorras, etc. hacen
que se propaguen rápidamente. Olvídense de falsos mitos que dicen que los
piojos vuelan saltando de cabeza en cabeza. Eso, como otras muchas leyendas, es
falso. Igual que siempre he defendido que los peluqueros debemos trabajar en
estrecha colaboración con los dermatólogos, en estos casos, el binomio
peluquero-padres es fundamental para atajar con éxito y rapidez esta
infestación que, por otra parte, es habitualmente contagiosa.
Lo primero es
analizar el cabello del niño para comprobar que efectivamente tiene piojos. Si
observamos que se rasca la cabeza con asiduidad basta con humedecer el pelo y
pasar por la cabeza una liendrera, es decir, un peine de púas metálicas finas, o
de hueso, y muy juntas.
Si tiene pediculosis infantil arrastraremos algún piojo
o las huevas. Es el momento de actuar. Aconsejo acudir a un peluquero o al
médico para que determine el mejor tratamiento pediculicida para el tipo de
cabello del niño. Existen infinidad de productos pero quizá el más usado sea la
loción de permetrina. Para que el tratamiento resulte eficaz hay que leer con
detalle las indicaciones que marcará la caja del producto y atender a las
recomendaciones del peluquero. Porque los dos necesitan mucho cuidado: el
cabello y el cuero cabelludo. Por norma general en unos días se habrá
solucionado el problema pero el tratamiento hay que seguirlo durante el periodo
que se haya indicado, normalmente en dos ciclos. Si persiste la afección habrá
que consultar a un especialista, aunque, insisto, sin alarmarse porque rara vez
provocan problemas de salud graves.
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