miércoles, 11 de abril de 2012

Cuidar el ambiente de una peluquería




Fomentar un ambiente singular y fascinante, no es lo mismo que decorar un establecimiento de peluquería con alfombras persas. Más que los ornamentos, el impacto que pueda crearse, depende del ánimo del peluquero. “El tono religioso de una iglesia- son máximas de Muñoz Espinalt- no los proporciona el lujo de los altares, sino el grado de misticismo de quien celebra y de los creyentes. Ningún decorado resulta apropiado sin el justo proceder de quienes han de animarlo. No existe vestido con empaque y elegancia si falla el gesto atinado”.

Situada la cuestión, podemos preguntarnos: ¿Qué ambiente hay en un establecimiento de peluquería de tipo mecanicista o funcional? ¿De qué se discute? ¿Cómo se gesticula? ¿Qué tono impera? Está bien que se cuide el decorado, pero aquí, como en tantas cosas, es el pájaro y no la jaula el encargado de los trinos. ¿Qué trinos se oyen y qué revuelo se observa?...
Por lo común, los ademanes del peluquero se notan poco concentrados. Ello sería suficiente para propagar un ambiente de inseguridad en los resultados. Abundan los despistes en muchos casos. Las fugas de atención preponderan. Algunos se justifican: “No podemos estar en todo”. El ambiente se les escapa de la mano. Lo que dice Juan lo desmiente Pedro. Parece como si cada uno hiciera una guerra por su cuenta. Conversan con los clientes. Salen a reducir todos los tópicos, desde el tiempo que hace… hasta la rara enfermedad de un pariente lejano. Se le relata el argumento de una película o el último chismorreo. El cliente, puede simular interesarse, pero que nadie se engañe, en el fondo, queda defraudado. Deberíamos tener otro comportamiento. ¿Qué se diría de un médico que en lugar de atender profesionalmente se limitara a contar cuentos a su paciente? Cuando se ignora la psicoestética, el peluquero no sabe ponerse en su papel. Al no saberse situar, intenta ganarse la confianza y simpatía del cliente” haciéndose el gracioso” o dándoselas de enterado sobre si” fulano y mengano” etc... A veces, a la pregunta, “¿cómo le corto el pelo?”, hay clientes que responderían con cierta ironía: “en silencio”.

¿Quién será el médico más agradable: el que cura o el que cuenta chistes? El peluquero no puede ignorar por más tiempo, la lógica que se deriva de las premisas anteriores. Su futuro está en aprenderse bien esta moraleja, y ponerla en práctica.

Creo que nadie duda que lo que el cliente pretende, aunque no sepa formularlo con precisión, o no se atreva a decirlo, es que le comentemos detalles determinantes de su imagen personal; que le informemos de las exactas motivaciones que indican los cambios de moda del presente o que le perfilemos rasgos de la figura que, planteados de esa o aquella manera, puedan influir en sus estados de ánimo. El tema puede parecer pequeño o menor, pero desarrollado con la suficiente preparación no se acaba nunca y abre horizontes. Siempre ofrece un nuevo matiz sugerente para ser atendido.

Es preferible pecar de monótono y machacón que salirse del tema. Todo menos “entretener” al cliente con relatos que nada tienen que ver con lo que nos viene  a demandar. Para él, es  importante su figura; no perdamos el tiempo hablándole, mientras esté en nuestro salón, de temas que se escapen de la imagen personal. Es más, cada vez que nos salimos del tema el ambiente de la peluquería pierde consistencia. No viene a comprarnos el cliente ni el mármol de las paredes, ni el letrero luminoso, ni el último chiste, ni el recuerdo que guardamos de un viaje, ni nuestra opinión sobre el precio de la gasolina. Nada de ello le interesa, en este momento, aunque cortésmente nos escuche.
El cliente busca en la peluquería- y cada día en mayor grado- un modo de reponer rasgos de su imagen que se desdibujan y una forma que le permita potencializar su personalidad con nuevas singularizaciones. Mal se queda, a estas alturas, si no se le sabe ofrecer psicoestética, ya que él viene a comprar algo más que un corte y peinado, tal como se ha dicho tantas veces. Se concrete o no, igual que cuando se va a un restaurante lo que interesa es la comida, cuando se entra en una peluquería o en una “boutique” se reclama psicoestética. No se conocerá la palabra, en muchos casos, pero se desea su significado, de la misma manera que no es necesario conocer la palabra amor para poder estar enamorado.


Ramiro Fernández Alonso
Psicoesteta

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