Fomentar un
ambiente singular y fascinante, no es lo mismo que decorar un establecimiento
de peluquería con alfombras persas. Más que los ornamentos, el impacto que
pueda crearse, depende del ánimo del peluquero. “El tono religioso de una iglesia- son máximas de Muñoz Espinalt- no
los proporciona el lujo de los altares, sino el grado de misticismo de quien
celebra y de los creyentes. Ningún decorado resulta apropiado sin el justo
proceder de quienes han de animarlo. No existe vestido con empaque y elegancia
si falla el gesto atinado”.
Situada la cuestión, podemos
preguntarnos: ¿Qué ambiente hay en un establecimiento de peluquería de tipo
mecanicista o funcional? ¿De qué se discute? ¿Cómo se gesticula? ¿Qué tono
impera? Está bien que se cuide el decorado, pero aquí, como en tantas cosas, es
el pájaro y no la jaula el encargado de los trinos. ¿Qué trinos se oyen y qué
revuelo se observa?...
Por lo común, los ademanes del
peluquero se notan poco concentrados. Ello sería suficiente para propagar un
ambiente de inseguridad en los resultados. Abundan los despistes en muchos
casos. Las fugas de atención preponderan. Algunos se justifican: “No podemos estar en todo”. El ambiente
se les escapa de la mano. Lo que dice Juan lo desmiente Pedro. Parece como si
cada uno hiciera una guerra por su cuenta. Conversan con los clientes. Salen a
reducir todos los tópicos, desde el tiempo que hace… hasta la rara enfermedad
de un pariente lejano. Se le relata el argumento de una película o el último
chismorreo. El cliente, puede simular interesarse, pero que nadie se engañe, en
el fondo, queda defraudado. Deberíamos tener otro comportamiento. ¿Qué se diría
de un médico que en lugar de atender profesionalmente se limitara a contar
cuentos a su paciente? Cuando se ignora la psicoestética, el peluquero no sabe
ponerse en su papel. Al no saberse situar, intenta ganarse la confianza y
simpatía del cliente” haciéndose el gracioso” o dándoselas de enterado sobre
si” fulano y mengano” etc... A veces, a la pregunta, “¿cómo le corto el pelo?”, hay clientes que responderían con cierta
ironía: “en silencio”.
¿Quién será el médico más agradable:
el que cura o el que cuenta chistes? El peluquero no puede ignorar por más
tiempo, la lógica que se deriva de las premisas anteriores. Su futuro está en
aprenderse bien esta moraleja, y ponerla en práctica.
Creo que nadie duda que lo que el
cliente pretende, aunque no sepa formularlo con precisión, o no se atreva a
decirlo, es que le comentemos detalles determinantes de su imagen personal; que
le informemos de las exactas motivaciones que indican los cambios de moda del
presente o que le perfilemos rasgos de la figura que, planteados de esa o
aquella manera, puedan influir en sus estados de ánimo. El tema puede parecer
pequeño o menor, pero desarrollado con la suficiente preparación no se acaba
nunca y abre horizontes. Siempre ofrece un nuevo matiz sugerente para ser
atendido.
Es preferible pecar de monótono y
machacón que salirse del tema. Todo menos “entretener” al cliente con relatos
que nada tienen que ver con lo que nos viene
a demandar. Para él, es
importante su figura; no perdamos el tiempo hablándole, mientras esté en
nuestro salón, de temas que se escapen de la imagen personal. Es más, cada vez
que nos salimos del tema el ambiente de la peluquería pierde consistencia. No
viene a comprarnos el cliente ni el mármol de las paredes, ni el letrero
luminoso, ni el último chiste, ni el recuerdo que guardamos de un viaje, ni
nuestra opinión sobre el precio de la gasolina. Nada de ello le interesa, en
este momento, aunque cortésmente nos escuche.
El cliente busca en la peluquería- y
cada día en mayor grado- un modo de reponer rasgos de su imagen que se
desdibujan y una forma que le permita potencializar su personalidad con nuevas
singularizaciones. Mal se queda, a estas alturas, si no se le sabe ofrecer
psicoestética, ya que él viene a comprar algo más que un corte y peinado, tal
como se ha dicho tantas veces. Se concrete o no, igual que cuando se va a un
restaurante lo que interesa es la comida, cuando se entra en una peluquería o
en una “boutique” se reclama psicoestética. No se conocerá la palabra, en
muchos casos, pero se desea su significado, de la misma manera que no es
necesario conocer la palabra amor para poder estar enamorado.
Ramiro Fernández Alonso
Psicoesteta
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