miércoles, 7 de marzo de 2012

Confucio, inventor de la confusión



  Soy muy partidario de la imagen, del cuidado, que no del culto. Me reconozco como un admirador de lo bello y sé que ante el atractivo, nada pueden la armonía o la belleza.


  “Las guapas son tontas”. Miren esa panameña que no sabe quién fue Confucio y que los medios e internet apuntaron con su terrible dedo inquisitivo. Sí, esa muchacha no sabe quién fue Confucio. No tuvo picardía y respondió mal, muy mal. Eso sí, con una absoluta seguridad en sí misma. Fatal error.
  Me gustaría saber cuántos de los que se rieron de esa pobre muchacha saben quién es Confucio. Yo no sé mucho más de cuatro ideas vagas sobre él. Por tanto, no se rieron de su ignorancia, sino de su osada respuesta: “Confucio, inventor de la confusión”.
  Ser guapo, de proporciones armónicas, no va reñido con poseer una amplia cultura o una brillante inteligencia. Ahora bien, ¿cuál fue el error garrafal de esta muchacha panameña? No haber reconocido su natural y lógica ignorancia y responder con ingenio una frase del tipo: “Miren, no sé muy bien quién fue Confucio, pero de lo que sí estoy segura, y en eso convendrán conmigo, es que no inventó la confusión.”
   Esa respuesta hubiera sido recibida con idénticas carcajadas, pero de reconocimiento. Nadie puede exigir a alguien que sea un compendio de conocimientos. Pero todos agradecen la humildad y la gracia.
  La psicoestética fomenta el cuidado y potenciación de los elementos de nuestra expresión que más nos favorezcan. Defiende la seguridad en sí mismo, como fruto de la perfecta combinación de los cuatro elementos que componen la expresividad humana: mirada, habla, gesto y atuendo o indumento.
  A esta joven panameña le falló el habla y a nivel humano, la humildad de saberse ignorante. Y esta combinación de elementos está, por desgracia, muy presente en nuestros días. Hay muchas personas orgullosas de su ignorancia y convencidas en sí mismas. ¿Cuántas veces habrán intentado razonar con un convencido en su ignorancia? Imposible.

  Como peluquero puede decirse que he intentado alcanzar las máximas cotas dentro de mi profesión, pero siempre me he sabido con limitaciones, por eso he buscado el asesoramiento, el apoyo y el conocimiento de otros. Gran parte de mi visión la encontré en el señor Muñoz Espinalt, padre de la psicoestética, pero oigan, ¿creen que yo hace 20 años podría decirle a Carles el poder que tenía la mirada? A mí me tocaba escuchar, ser humilde y aportar mi experiencia cuando ésta enriqueciese al conjunto del debate.
  A día de hoy la ignorancia ya no es un acicate para superarse. Espero, deseo, que la muchacha panameña, después de su atrevimiento, haya tenido el detalle consigo misma de mirar e interesarse por la figura de Confucio. Más que nada para evitar más confuciones.



Ramiro Fernández Alonso
psicoesteta


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