A las personas nos cuesta pensar; aunque no
lo creamos. Para ayudarnos en la vida diaria nuestro cerebro se vale de
pequeños prejuicios que le facilitan su tarea. Sí, parece increíble, pero a
nuestro cerebro no le gusta trabajar mucho. Mejor dicho, trabaja eficientemente
aprovechando al máximo la experiencia y la educación.
El prejuicio, con sus aciertos y sus errores,
nos permite desenvolvernos ágilmente en sociedad. Nos evita pensar y, por
tanto, nuestras decisiones son más rápidas y, casi siempre, acertadas.
Las personas se asocian en comunidades y
éstas en naciones. Todas las naciones tienen una serie de elementos comunes que
las distinguen y singularizan. El afán de ser distinto al otro; aunque en el
fondo todos seamos iguales. En este punto es donde entra la creación de los
símbolos nacionales. Elementos que se cargan de valor significativo para
facilitar a los miembros de de la comunidad la identificación de esos valores
que comparten. Así: las banderas, los himnos, las monedas… y, cómo no, los
héroes nacionales o padres de la patria.
Los símbolos, como los héroes, son
“prejuicios” que nos permiten identificar y reconocer nuestros valores más
importantes.
Decía Muñoz Espinalt, padre de la
psicoestética, que formábamos nuestra imagen respecto a la de otros, bien para
parecernos, bien para diferenciarnos. La aparición de los héroes nacionales, su
conformación, surge para inspirar a las nuevas generaciones. Para que éstas los
tomen como referencia a la hora de comportarse y dedicar su vida al
mantenimiento de una serie de valores imprescindibles para la existencia de la
nación y la comunidad.
Cada país tiene los suyos y no todos son
necesariamente héroes de guerra. El rasgo que más les caracteriza es su
abnegada entrega a una causa: la independencia del país, la mejora de la
educación, la consecución de libertades y derechos…
Otro de los elementos que posee la imagen del
héroe nacional es que se le magnifican las virtudes y perdonan u ocultan los
defectos. Es evidente que el Cid campeador no es una figura libre de hechos
oscuros y discutibles; sin embargo… la percepción que ha permanecido en el
imaginario nacional es la de aquel caballero que venció a sus enemigos después
de muerto.
A la consolidación de los héroes nacionales
contribuye no sólo la educación con sus clases de historia, sino también el
arte. El cine, sin duda, ha sido el gran forjador de héroes para los
norteamericanos -fueran estos reales o ficticios-. Nadie niega la relevancia de
John Wayne en el imaginario americano como uno de los elementos que mejor ha
transmitido sus valores.
Los personajes que hoy día son héroes
nacionales, probablemente, en su época, no buscasen tal consideración. Es la
necesidad de las personas por poseer referentes la que eleva a estos personajes
a los altares de la inmortalidad.
Los que hoy son héroes, ayer fueron personas
fieles a sí mismos, a sus ideales, a su ética, a su pueblo. Su comportamiento
permitió lo que hoy muchos pueden disfrutar, sea cual sea ese progreso o
avance. El recuerdo de estas personas, la utilización de su ejemplo, permiten
tener una sociedad más equilibrada y consciente de su pasado. Porque innovar es
importante, pero recordar a quienes nos precedieron también.
Y para ello, para que su imagen y recuerdo
estén siempre presentes, se levantan estatuas y monumentos, se abren calles, se
construyen edificios, se bautizan barcos y vehículos… pero también, para
asociar los valores del héroe al producto, se denomina a este con su nombre.
Puede que a día de hoy ya no nazcan nuevos
héroes nacionales. Las naciones ya están creadas, pero sí que su imagen,
ejemplo y relevancia siguen presentes.
Ramiro F. Alonso
Ramiro F. Alonso
Psicoesteta
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